7.4.10

Qué bien, qué bien, la metáfora del tren

Observo con disimulo a la pelirroja del metro inquieta ante su propio reflejo. Se está acomodando un rizo en la frente que hoy tiene vida propia. Si el rizo no cae en su sitio es el fin, ese día no merece ser vivido, piensa en un posible cambio de look. A que me rapo. El rizo viene y va y yo no veo el antes y el después, no es el rizo, pelirroja, pienso. Me preocupa en especial la rebeldía invisible del pelo ajeno y los guapos maduros que me hacen parecer Igor o unga-unga. Pero ya casi no. Siempre no.
¿Eliges lo que quieres o te quedas con lo que no abandonas? No eludir las mierdas gigantes tiene sus ventajas. Por ejemplo: te puede engordar la cabeza y puedes presumir de ser un valiente.
Una de esas cosas que se ve mejor desde fuera: los cambios de los demás. Los cambios de los valores, antes lo primero era la montaña, ahora la oficina. Esas cosas. Siendo un clásico me sigue interesando, en especial cuando es involuntario. Con todo lo que conlleva involuntario.
Paños calientes, y qué le ha pasado a mi vida, y se acabó bajar rodando. Y te rapas la cabeza. Y sigues bajando.

1 comentario:

Esteve Muntada Molas dijo...

Doncs no, no és el ris, que és una altra cosa.
I tampoc cal rapar-se, encara que tots i inclòs totes ho hem pensat alguna vegada.
I tampoc és la panxeta incipient, ni la falta de ris, ni les arrugues.
Que no és això, que no és això. Que són altres coses.