Son la hostia. La de hoy lleva años preguntándome si me he separado de mi mujer. Sí, sí, hace tiempo ya, señora. No se entera. Como le explico que desde entonces incluso he tenido otra mujer y que ya me he separado también. Siempre hace ese gesto, se mira las llaves, se apoya gravemente en su bastón y sentencia: es que un hombre solo, no... Yo asiento desproporcionadamente con los ojos muy abiertos y ella cierra la puerta con mucho cuidado. Al menos he conseguido que no me hablen del tiempo en el ascensor, pienso mientras llego al segundo. Y antes de abrir mi puerta ya he pensado, en las medias naranjas, las naranjas enteras, las clementinas y en el zumo de naranja de los domingos por la mañana. Es curiosa la conexión entre nuestras generaciones. Estoy seguro que alguien de edad intermedia, no sé, el vecino del entresuelo con sus ínfulas y su barrigón, pensaría que éste sí que me lo monta bien y que cuánto desvaría doña Margarita.
Pues que en mi último sueño yo elegía mi traje de novio, ¿sabe cretino? Pero no se crea, no he perdido la cabeza, sólo una parte y además es intermitente, pero con el resto del coco veo el mundo como es, cómo ha cambiado, lo dificil que es casar a las niñas y lo casi imposible que resulta ya decir para siempre.
En una divertida discusión reciente me hiceron ver que ni siquiera los tatuajes son eternos, los gusanos, hombre, piensa en los gusanos. Sí claro, gusanitos digiriendo tinta china, para eso estoy yo, y qué coño de traje me pongo yo en mi boda y a ver que cara pone el cura cuando me vea vestido de Sgt. Peppers y ella haya decidido que no se pone medias ni jarta Saldevas.
Que despierto despacito y otra vez veo el mundo, que como ha cambiado tanto y me pregunto si acaso en otra vida yo era un príncipe, que no es normal este talle que tengo, que me queda bien hasta las bolsas de basura, colega, y cómo ha cambiado el mundo y reinvento la máquina de dorar otoños para que sepas que sí, que el mundo entero se me ha llevado por delante, pero que vuelvo en burro si hace falta.
Ahora las niñas ya ni se casan ni se embarcan.
Pero miran la luna.